Ésa mañana se había levantado con ganas de comerse el mundo, se vistió deprisa y salió de casa, tarareando una nana y con toda su ilusión en el alma.
Ésa cálida tarde de verano había salido con ganas de comerse el mundo. Mientras andaba al compás de una canción de Ruth Etting y cantaba, sin importarle el que la gente la mirase y sonriese al verla.
Ésa fué la primera vez. Tan inocente, tan especial. Los mechones de su pelo bailaban con el contacto del viento, y su vestido se giraba acorde a sus movimientos. Recuerdo cuando hablé con ella por primera vez, no fué una conversación importante, acababa de tropezarse con una piedra y corrí a socorrerla. Ella se rió de sí misma, y me dedicó una sonrisa, de su boca emanaba la más tierna y suave voz, acariciaba las palabras al pronunciarlas. La devolví la sonrisa para notar como sentía el calor en mis mejillas. Me las cubrí para que no se notase tanto que me había sonrojado. Ella se levantó y como un pájaro enjaulado encontrando la libertad, partió, con su melódica forma de andar y sus acompasados pasos.
-¿Por cierto, cómo te llamas?
- Anaëlle- Contestó con una sonrisa.
Entonces me dí cuenta de que ella iba a ser para mí.
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