No escribo porque quiera justificarme ni por llamar atenciones, tampoco por buscar un desahogo, sino porque mis dedos son tres pulpos y los golpeo violentamente contra el folio salado de mares huérfanos de acantilados azules para que pierdan de una vez el conocimiento.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Anaëlle VI (Desde su punto de vista)

Siempre me la imaginé del mismo modo. Anaëlle era risueña, le gustaba imaginar que las luciérnagas eran pequeñas hadas que venían a cuidar de ella. Cuando se sentía triste se metía a la cama y contaba sus problemas a la almohada, su mejor confindente. Acompañarse de su risa mientras veía a su madre decir bromas. Leía historias de amor por las noches y se aferraba a sus peluches cuando lo hacía, sonriendo para sí misma. Soñaba, tanto de noche como de día. Aceptaba sus errores mientras susurraba dulcemente "lo siento" Daba vueltas para ver como su vestido giraba con ella, sintiendo como bailaba el viento entre sus piernas. Se dormía pronto y acompañada de sus esperanzas de algún día hallar su Humphrey Bogart , que la despertaría con un suave, largo y cálido beso. Se duchaba cantando la vie en rose usando los y usaba los peines como micrófonos. Siempre tenía una sonrisa dibujada en el rostro, y era preciosa.
Ésa mañana se había levantado con ganas de comerse el mundo, se vistió deprisa y salió de casa, tarareando una nana y con toda su ilusión en el alma.
Ésa cálida tarde de verano había salido con ganas de comerse el mundo. Mientras andaba al compás de una canción de Ruth Etting y cantaba, sin importarle el que la gente la mirase y sonriese al verla.
Ésa fué la primera vez. Tan inocente, tan especial. Los mechones de su pelo bailaban con el contacto del viento, y su vestido se giraba acorde a sus movimientos. Recuerdo cuando hablé con ella por primera vez, no fué una conversación importante, acababa de tropezarse con una piedra y corrí a socorrerla. Ella se rió de sí misma, y me dedicó una sonrisa, de su boca emanaba la más tierna y suave voz, acariciaba las palabras al pronunciarlas. La devolví la sonrisa para notar como sentía el calor en mis mejillas. Me las cubrí para que no se notase tanto que me había sonrojado. Ella se levantó y como un pájaro enjaulado encontrando la libertad, partió, con su melódica forma de andar y sus acompasados pasos.
-¿Por cierto, cómo te llamas?
- Anaëlle- Contestó con una sonrisa.

Entonces me dí cuenta de que ella iba a ser para mí.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Como siempre.

Los rayos de luz juegan al escondite con la oscuridad y se cuelan entre la persiana, ya es de día, ha amanecido. Entre quejidos y retuerzos te encuentro entre las sábanas. Te miro, me miras, te sonrío, me devuelves la sonrisa. Esas sonrisas tontas, que te alegran el día, aunque duren sólamente un segundo, diariamente, cada mañana, al despertar. Como tórtolos idiotas me susurras un te quiero, ese te quiero que me produce escalofríos, como cada mañana, de lunes a domingo. Me levanto, y me dirijo a la cocina, y mientras estás en la ducha, te pregunto con una sonrisa dibujada en los labios...¿Prefieres galletas o tostadas? y como cada mañana, me respondes, Te prefiero a tí. Sonrío, como una estúpida, una vez más. Unto mantequilla en las tostadas, y hago la mesa mientras espero a que llegues con el pelo desordenado y mojado de la ducha. Apareces, te sientas, y me miras, como siempre, a los ojos. Me dices, gracias, y te pregunto ¿gracias por qué? y como siempre, una vez más, me respondes: por existir. Te doy un beso a la mejilla, desayunamos tranquilamente y me ayudas a recoger la mesa. Me meto en la habitación.
-¿Camisa blanca o camisa negra?
-Blanca, -respondes- resalta el color de tus mejillas.
Y haces que me sonroje, como cada mañana. Te miro y me devuelves esa mirada, de cómplice, de amigo, de conocedor de todas y cada una de mis peculiaridades. Nos damos un último beso, y finalmente salgo por la puerta de casa.
Vuelvo a casa, atravieso la puerta, y ahí estás. Vienes, me recibes con tu cálida sonrisa y el resplandor de tus ojos.

Y abro los ojos. La luz del día entra a través de las persianas, haciendo que no distinga nada, sólo colores borrosos. Me giro, no hay nadie. Es un sueño, un día más... y vuelvo a cerrar los ojos, e intento volver a dormir.

Soy más feliz que en mis sueños, que en la realidad...