Ésa mañana volvió a adentrarse en ése edificio oscuro y frío, iluminado por miles de focos de blanco pálido que parecían cegar. Sobre las baldosas grises resonaban el tapeteo de los tacones.
-Buenos días, señorita Marlen - saludó amablemente la recepcionista de la consulta. Lili siempre se preguntó cómo conseguía siempre tener ésa sonrisa pintada, todos pasaban malos días, y con ella parecían no existir. Tampoco entendía cómo siendo una persona tan feliz, y radiante, tan joven, estuviese trabajando en un lugar así. - ¿Qué será hoy?
- Quiero operarme, de nuevo - contestó con un susurro
Asintió con una sonrisa, dándola a entender que ya estaba esperándola el médico en la sala.
Siempre se sentía reconfortada al sentarse en la gran butaca de terciopelo crema de la consulta, para encontrarse a su doctor que siempre la escuchaba atentamente, en realidad, para él era una tortura tener que oir a la bella mujer hablar de sus malos momentos y verla coger a escondidas la pequeña servilleta de algodón que guardaba en su bolsillo izquierdo para secarse las pequeñas lágrimas rebeldes que se atrevían a escapar.
- Me alegra verla por aquí, aunque puede que a usted no mucho. ¿Qué será en esta ocasión? - Odiaba verla convertirse en un fantasma en blanco y negro, porque ella era el color más bello que la vida jamás hizo.
-Me gustaría un implante de frialdad y una reducción de esperanzas, pues últimamente los últimos implantes de simpatía y alegría me están dando problemas. No llevo unos buenos días, sabe, creo que hay efectos secundarios.
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