No escribo porque quiera justificarme ni por llamar atenciones, tampoco por buscar un desahogo, sino porque mis dedos son tres pulpos y los golpeo violentamente contra el folio salado de mares huérfanos de acantilados azules para que pierdan de una vez el conocimiento.

martes, 11 de mayo de 2010

Anaëlle II

Mirar a través de la ventana y creía oir las palabras de su madre, contándola cada noche cuentos e historias sobre su nombre. Al parecer procedía del nombre de una flor de un país lejano.
Recordaba como su madre jugaba con su cabellera caoba mientras hablaba de una princesa con una bella voz, que lucho por defender a su pueblo, pero fué capturada y quemada viva. Su madre sonreía y decía que su voz era como la de aquella princesa, dulce y aterciopelada. Era la voz de un ángel, un ángel sobre la tierra. Un ángel, con las alas cortadas, necesitando escapar y sin la capacidad de poder hacerlo. Su nombre era un símbolo de valentía. Ella se sentía de todo, excepto valiente. Tenía miedo, dudas. ¿Qué había hecho ella para merecerse esto? Estaba siendo quemada viva por dentro. Las noches libres se sentaba frente a la ventana, y en ocasiones, a escondidas, se permitía abrir la ventana y cantar. Cantaba esperando a que alguien la oyese, comprendiese que necesitaba auxilio, necesitaba salir, ser rescatada.

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