No escribo porque quiera justificarme ni por llamar atenciones, tampoco por buscar un desahogo, sino porque mis dedos son tres pulpos y los golpeo violentamente contra el folio salado de mares huérfanos de acantilados azules para que pierdan de una vez el conocimiento.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Anaëlle III


Mme. Bouthemy le había mandado ponerse una falda hasta las rodillas. No era correcto que los clientes notasen los moratones que tenía en sus blancas piernas. No era correcto que el nombre de aquél sitio se viese manchado por una ingenua soñadora. Escapar, pedir ayuda a los clientes. La reputación del burdel bajaba exponencialmente. Obviamente ella no pondría jamás la mano encima a nadie, mucho menos a las jóvenes, para eso tenía a su hijo, Renaud, de algún modo que desconocía conseguía ponerlas rectas a todas ellas. Es probable que tuviese algo de su padre, su carácter frívolo, tal vez. O la mirada impenetrable de sus ojos negros como el carbón. Sólo sabía que ellas le temían y cada vez que veían su sombra se inquietaban y se iban.
O puede que si lo supiese, puede que hubiese oido las cientas de veces en las que las oía gritar y pedir auxilio. Puede que ella simplemente se secase las lágrimas con las mangas de su vestido cuando oía los muelles de las camas rugir. Y sólamente puede que ella encubriese a su hijo de sus terribles acciones.
Mme. Bouthemy había mandado a Anaëlle ponerse una falda y no quitarse las medias. Las rejillas le hacían una figura preciosa.

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