No escribo porque quiera justificarme ni por llamar atenciones, tampoco por buscar un desahogo, sino porque mis dedos son tres pulpos y los golpeo violentamente contra el folio salado de mares huérfanos de acantilados azules para que pierdan de una vez el conocimiento.

martes, 29 de junio de 2010

Anaëlle IV


Había algo en el viento que la hacía sonreir cada vez que éste jugaba con su pelo.
Quizá algún día podría abrir sus piernas a alguien a quien realmente quisiese, dejar ése sitio y marcharse, lejos. Alguien que cada vez que tocase su piel sintiese escalofríos. No como los que sentía cuando aquéllos desconocidos arrancaban su ropa a tirones, no como aquéllos que pretendían olvidar sus problemas entre gemidos y sábanas de seda. No tener que clavar las uñas en la espalda a un desconocido. Olvidar la imagen de Renaud relamiéndose al posar sus ojos sobre sus muslos, sus ojos deseosos y a su vez llenos de ira cada vez que era embestida contra la cabecera de su cama. Olvidar el dolor, aprender a sentir.
Anaëlle no quería ser un objeto, quería ser una flor. Bella y delicada.

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