Había algo en el viento que la hacía sonreir cada vez que éste jugaba con su pelo.
Quizá algún día podría abrir sus piernas a alguien a quien realmente quisiese, dejar ése sitio y marcharse, lejos. Alguien que cada vez que tocase su piel sintiese escalofríos. No como los que sentía cuando aquéllos desconocidos arrancaban su ropa a tirones, no como aquéllos que pretendían olvidar sus problemas entre gemidos y sábanas de seda. No tener que clavar las uñas en la espalda a un desconocido. Olvidar la imagen de Renaud relamiéndose al posar sus ojos sobre sus muslos, sus ojos deseosos y a su vez llenos de ira cada vez que era embestida contra la cabecera de su cama. Olvidar el dolor, aprender a sentir.
Anaëlle no quería ser un objeto, quería ser una flor. Bella y delicada.
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